domingo, julio 31, 2016

TURMARES


Acompañamos la empresa Turmares en el avistamiento de cetáceos por el Estrecho.

El desastre de nuestra vagancia


La especie humana se ha apropiado del planeta tierra y ha dejado en manos de una élite el destino de la propia humanidad.
Unos pocos ricos especulan con el destino de nuestra civilización con el propósito de no dejar que sus fortunas mengüen y aumentar su cuenta de beneficios anuales.
El resto de los habitantes de la tierra se resignan a vivir sus vidas medias y su futuro incierto amenazado por la desidia imperante.

Nuestros mares agonizan infectados de plástico y contaminación química mientras alargamos la mano para coger una lata de sardinas en el estante abarrotado de productos en el supermercado.
La atmósfera de la tierra se carga de anhídrido carbónico y nos lleva a un cambio climático sin que podamos ver como nuestras casas y coches aceleran un efecto invernadero que provocara hambrunas en pocas décadas mientras esta tecnología nos hace la vida cómoda y liviana.
Hasta el espacio vació de la órbita de la tierra esta lleno de fragmentos de nuestra carrera espacial, trozos que viajan a velocidades asesinas y que amenazan a los satélites que sirven a nuestro conocimiento y nuestro ocio.

Parece que cada vez que inventamos algo y lo ponemos en manos de empresas para que se lucren sirviendo su producto nos olvidamos de los efectos secundarios y nos limitamos a dejar que la inmediatez de los beneficios nos haga olvidar el futuro incierto que estamos condenando.
Algo parecido le paso al imperio romano con el plomo, un metal fácil de extraer y modelar pero que resulta venenoso tanto para el minero como para la sociedad que se servia de este metal para canalizar sus aguas. La vida de un romano estaba condenada al saturnismo.

El plomo es un metal pesado neurotóxico que cuando entra en la sangre, circula por todo el organismo ocasionando daños neurológicos irreversibles al llegar al cerebro hasta causar la muerte.
Pero los beneficios de este metal eran demasiado rentables para una sociedad que no conocía otros metales tan asequibles como el saturno (así llamaban en roma al plomo) y la ciencia de entonces no podía probar que un metal tan útil podía ser tan venenoso.
Emperadores y usurpadores romanos ávidos del vino y de la gula sucumbieron intoxicados por plomo. El veneno provenía de las vasijas en que se preparaban los mostos, cuyos restos se conservan hasta ahora.
La caída del imperio romano se asocia a este metal que sin llamar la atención hizo claudicar al imperio.

Dos mil años después volvimos a tropezar con el plomo en forma de aditivo para la gasolina y volvimos a intoxicar la tierra con El tetraetilo de plomo, en pocos años una fina capa de veneno cubría toda la superficie de la tierra y las petroleras seguían diciendo que sus beneficios no podían ponerse en peligro por un supuesto peligro para la salud pública.
El Plomo era uno de los aditivos capaces de aumentar el octanaje. Había otros como el etanol pero el plomo era más barato.

Hoy nuestra sociedad se resiste a pensar en las consecuencias de los usos cotidianos a largo plazo de objetos simples y tecnologías aparentemente inofensivas.
7.000 millones de personas degradan el planeta a marcha forzada propiciando enormes beneficios a una élite que no quiere que sus consumidores se planteen dejar de devorar sus productos por miedo a catástrofes futuras, no quieren que pensemos en nuestros hijos pues los beneficios se miden en la inmediatez de la vorágine.


Seguiremos disfrutando de la caída del imperio, mientras podamos.

Chuty.net